Sobre la violencia simbólica, los maridos y las zorras

En los últimos seis días, he leído una cantidad inmensa de comentarios, tuits y posteos en todas las redes sociales en las que desarrollo mi trabajo cotidiano. Los leí de mujeres y de varones de casi todas las edades.«Zorra», «Roba-marido», «Rompe-hogares» y «Putita» son algunos de los que más se repetían y, sin dudas, de los más tranquilos. La vorágine que se vivió en las redes desde el sábado a la tarde cuando Wanda Nara acusó de «zorra» a alguien por «cargarse a otra familia» hasta la viralización de fotos íntimas de la acusada, es de una violencia y de un atropello a la privacidad que no tiene precedentes en el pasado cercano.
Por supuesto que todo esto ha sido, además, fogoneado y sostenido por los medios de comunicación por largas horas, rompiendo los récords de rating en cada franja horaria, con panelistas leyendo «en vivo» las declaraciones de unas y de otras, reproduciendo casi las mismas barbaridades que se leían en los comentarios de los portales o los tuits.
En la reproducción y el sostenimiento de la violencia simbólica, digital y mediática hacia una mujer y su vida vincular y sexual, están operando formas de opresión que (aunque se vistan de progresismo), continúan siendo mecanismos de disciplinamiento para todas las demás. Se juzga el cuerpo, el deseo. Se lo determina como negativo, se lo vincula a lo dañino y a lo peligroso, vertiendo sobre las decisiones personales e íntimas de una mujer hegemónica, privilegiada, joven y bella, la moral y la ética sobre la base de la destrucción de la esfera de lo privado y lo resguardado.
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Una marca y la remera que ofreció esta semana.

 
El estereotipo de mujer deseante y deseada, en cuyas manos está la posibilidad de entrometerse, robarse un marido y corromper una familia, no es nueva. Es lo que nos ha llevado a la hoguera en la Edad Media y es por lo que, aún hoy, cientos de mujeres son apedreadas en las plazas de Oriente Medio. Entonces, es menester que, principalmente como mujeres, reflexiones sobre qué reproducimos cuando reproducimos estos conceptos, aunque más no sea en un meme, y cuando -con tanta contundencia, además- juzgamos la vida personal, vincular y sexual de otras mujeres.

La risa también es política.

No existe un calificativo masculino para denominar a los hombres que se vinculan con mujeres comprometidas; no existe hoguera pública, ensañamiento y violencia simbólica sobre esos hombres y sus cuerpos. Nadie habló de Mauro Icardi cómo se habló de la China Suárez. Nadie lo señaló, ni lo amenazó, ni difundió sus fotos íntimas, como sí lo hicieron con ella. Tampoco eso estaría bien. El mundo de igualdad que trabajamos para construir no es el mundo del ojo por ojo.
No es su sola condición de mujer la que debiera llevarnos a ser sororas con CS: Es el hostigamiento sistemático, colectivo y mediatizado que se ha ejercido sobre ella, su cuerpo, sus hijas y su vida personal y profesional en los últimos seis días.
Es urgente trabajar en la construcción de nuevos paradigmas que, en primera instancia, quiten a las mujeres y sus conflictos vinculares y sexuales del prime time mediático; no reproduzcan la violencia desatada sobre las decisiones de otras mujeres; no sostengan mensajes que nos vuelvan a posicionar como contrincantes las unas de las otras y, por sobre todas las cuestiones, paradigmas que no sigan custodiando el silencio de los varones cuando son sus responsabilidades afectivas el eje de la cuestión.
En lo que va del 2021, 240 mujeres fueron asesinadas en Argentina. Preguntarnos qué reproducimos y qué sostenemos cuando compartimos, comentamos o posteamos sobre la vida personal, vincular y sexual de otras mujeres, resulta de vital importancia.-