Si el peronismo pierde esa capacidad histórica de movilizarse y ganar las calles y las plazas moldeando su destino, habrá perdido su huella identitaria y quedará vacío de contenido en medio de la noche más oscura, ladrándole a la luna. Sin alma. Publicado en La Tecla Eñe.
El peronismo nació en las calles. Vaya con la novedad. Su primer domicilio real fue la Plaza de Mayo. Allí se bautizó aquel 17 de Octubre de 1945 y ya nunca más se movió de allí, su alma.
Cuando fue gobierno, movilizó a su pueblo para apoyarse en él. Y cuando fue resistente, hizo lo que pudo, pero igualmente movilizó. Gobernar es movilizar. Resistir es también movilizar. Esa es la esencia del peronismo que hay que recordarles a los desmemoriados.
Y para ir aclarando el lenguaje: cuando decimos “peronismo” no nos referimos a un carnet partidario, sino a un sentimiento, a un sentido de la vida, a un sentido de pueblo y de nación, más allá y más acá de cualquier pertenencia de sector. Somos todos y todas, alma y vida del movimiento nacional y popular.
Como decía el General: Peronistas somos todos.
En el pueblo peronista, no se entiende la política sin pasión y sin razón. Pero en estos tiempos posmodernos pareciera que sobra mucha falsa razón y falta un algo de pasión. Con tan poco nos conformamos que sólo seríamos felices con un algo, con una mínima cuota siquiera de pasión.
Es la pasión por una causa la que mueve multitudes, la que tira abajo todos los tableros de la vieja política remendada y construye nuevos escenarios casi de la nada. Es la pasión la que une y moviliza al pueblo y fragmenta al adversario. Es la pasión que nace del abrazo en las calles; es la pasión de poder encontrarse con el corazón al galope; es la pasión la que consigue el milagro de cambiar la vida y las relaciones de fuerza. Y eso se logra en las plazas, no en un estadio cerrado.
A esta hora ya nos anoticiamos que no habrá convocatoria oficial a la Plaza. ¿La necesitamos acaso para movilizarnos? Quizá esté llegando la hora que empecemos a liberar las energías contenidas después de un año y medio de pandemia y que sea, esa liberación, desde abajo hacia arriba. Como sucedió aquel primer 17 de Octubre. Algún pensador, más prudente que sabio, seguro nos aconsejará que es mejor esperar. Y así se nos va la vida.
Triste coincidencia la de la CGT: en 1945 también convocaron a un paro y movilización, pero no para el 17, sino, igual que ahora, para el 18 de octubre. Tarde piaste.
El pueblo movilizado adelanta todos los relojes y los calendarios.
Estamos reflexionando sobre la pasión como categoría política, como ética colectiva, como valor imperturbable de la militancia en todo tiempo y lugar, como esa clave de sol que sólo la saben utilizar los pueblos cuando se hace preciso y urgente trastocar el destino. Y lo hacemos cantando, pero marchando. Marchando. Como las Madres en la Plaza, cuando la dictadura y aún después.
Si el peronismo pierde esa capacidad histórica de movilizarse y ganar las calles y las plazas moldeando su destino, habrá perdido su huella identitaria y quedará vacío de contenido en medio de la noche más oscura, ladrándole a la luna. Sin alma.
A ver si nos entendemos de una buena vez. El peronismo es una cascara vacía cuando no tiene pasión ni causa por la que luchar. No sirve para administrar pasivamente el injusto sistema de explotación y endeudamiento; para eso están otros partidos que lo hacen mejor.
El peronismo trata de superar cada injusticia con un derecho nuevo; pero en su génesis está escrito que esos derechos se ganan con el pueblo en las calles. Perón no concibió el pago del aguinaldo, el Estatuto del Peón, las vacaciones pagas, el salario digno, la justicia social toda, hablando con su sombra; no y mil veces no. Todo lo hizo con un pueblo en movimiento. Y cuando así no sucedió, aconteció “la fusiladora”. Hay que leer la historia a cada rato. No para repetirla, porque salvo nuestras tragedias, no se repite; pero sí para aprender de ella, la historia que supimos construir.
Un aliento a derrota nos invita a rendirnos desde la pantalla de la televisión. Hablan y hablan y hablan todo el santo día poniéndonos a la par de cualquier cacatúa de la oligarquía, que ahora es financiera, pero sigue siendo oligarquía. Comienzan por estrangular nuestra palabra, la quieren decentita, limpita de cualquier barro populista, con zapatos acordonados y trajes de ocasión. Nos quieren convencer que hay un cambio de época que prescinde de nosotros y nosotras; “se terminó el kirchnerismo”, vociferan en los estudios de TV y en los titulares de Clarín, La Nación y demás satélites alineados. Vaya forma de desaparecer al peronismo en tiempos que empezamos a salir de la pandemia. Ellos, la derecha macrista en cualquiera de sus versiones, ponen la cancha para que nosotros juguemos allí y no en otro campo, con esos árbitros y con ese reglamento de la impudicia que escribieron ellos. Pero nosotros somos del potrero, y al potrero siempre volvemos y volveremos cuando la patria está en peligro. Como está en peligro ahora, la patria y el mundo entero.
El neoliberalismo, irremediablemente, culminará su obra en un nuevo tipo de fascismo. Y entonces, agarrate Catalina.
Bienaventuradas todas las políticas que ayuden a sumar más porciones de pueblo a la hora de votar; pero si esas políticas prescinden de la movilización popular, si todo se resume a una cuestión de marketing electoralista, si no participa el propio pueblo peronista desbordando la Plaza cuando es su día o cualquier día de Octubre, todo será inútil a la hora de dar batalla contra sus enemigos de clase. Y lo que es peor, habremos olvidado qué cosa es la Lealtad.
Ellos nos han declarado la guerra desde hace un rato largo; un tiempo lo disimularon, pero ahora están desatados y cazando corderos en la comarca mediática. Vienen por todo nuevamente. Conciben un país para ellos solos. Nosotros estamos demás; salvo que nos rindamos y ocupemos calladitos una silla en la mesa del banquete explotador y endeudador.
Que se vayan olvidando. Los de afuera y los de adentro. Somos irreconciliables con esa derecha que nos desapareció en la dictadura y nos endeudó, hambreó y desocupó en la democracia.
Por todo esto es que deberá pasar al frente la pasión, la mística, el amor y la igualdad que suelen mostrar los pueblos cuando se sienten acorralados. Y tener en claro que la miseria reinante nos seguirá acorralando si nos convertimos para siempre en un blanco fijo. Hay que movilizarse y presentar batalla al desencanto y la tristeza. Será un domingo cualquiera o un día de semana, pero hay que volver a ganar las calles para que la tortilla se de vuelta de una vez por todas.
Hay veces que alcanza con auscultar su corazón para comprobar que sigue vivo, el peronismo digo. Quizá los corazones no constituyan multitudes, primero. Pero habrá que empezar a juntarse para saber que estamos y seguimos con las patas en la fuente. Sin rendirnos. Sin resignarnos. Sin claudicar ni negar que los mejores días siempre fueron peronistas, con Perón y Evita, con Néstor y Cristina.
¿Qué fue el 17 de Octubre sino el renacimiento de la conciencia nacional y popular?
De allí venimos y hacia allí tendríamos que seguir marchando.
O el pueblo se empodera de su destino o la derecha nos borrará de la faz de la tierra; porque no es una confrontación democrática la que plantean, sino una guerra de exterminio, como la de Bartolomé Mitre contra las montoneras gauchas, como la de Roca contra nuestros paisanos los indios; sólo que ahora por otros medios más sofisticados.
Por eso no se trata sólo de dar vuelta un resultado electoral en noviembre; hay que dar vuelta el país del olvido y la resignación que nos legó el macrismo. Que la Lealtad a nuestra memoria colectiva nos ayude a sostener, en el amor y la unidad, el destino de la patria, esa que hoy sigue en peligro.
(*) Periodista, poeta y escritor.