Por qué el Presidente incluye a los medios en el frente opositor. Clarín, los cambios de tono y la dosificación de la palabra.
El gobierno de Alberto Fernández comenzó su segundo año de mandato con un cambio acentuado en su actitud ante los grandes medios de comunicación. Tanto en el discurso de apertura de sesiones ordinarias del Congreso como en una reciente entrevista con C5N, el Presidente se mostró claramente confrontativo con las líneas editoriales del mainstream mediático y disparó con nombre propio al Grupo Clarín.
“Albergo el deseo de que quienes tras el disfraz de la objetividad preservan intereses de poderes económicos concentrados adviertan el daño que están haciendo en la misma sociedad en la que dicen querer desarrollarse”, dijo ante la Asamblea Legislativa y ligó a periodistas a las campañas judiciales contra funcionarios del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, el famoso lawfare.
“Uno de los que menos quiere que cambie la Justicia es Clarín por la forma en la que ellos inciden en la Justicia. Con lobby y con tapas. (…) Es una vergüenza lo que hacen. He sido muy crítico de la ley de medios; no he hecho ninguna ley nueva. Simplemente aplico el sistema legal existente. El principio de defensa de la competencia voy a exigir que se cumpla, lo mismo con el derecho de defensa del consumidor. No tengo ganas de pelearme con nadie. Ya saben quién es Clarín y quién soy yo. Clarín desafía a la Argentina todos los días, no es conmigo. Impone su poder a garrotazo limpio. No voy a entrar en ese juego”. Esta última cita corresponde la entrevista con C5N. Con nombre propio, con denuncia y apelando a sus (profundos) conocimientos de los manejos corporativos.

En el medio corrió mucha agua y una pandemia debajo del puente. Las líneas editoriales mediáticas se alinearon con el objetivo sanitario del Gobierno unos pocos días antes de comenzar, en algunos casos, el camino de la constante crítica y desgaste de la campaña oficial. En ese escenario surgió el DNU 690, que declaró como servicio público a la telefonía móvil, cable e internet y puso en la mesa del Gobierno la autorización de los aumentos en esos servicios (principal negocio del Grupo Clarín).

La administración Fernández presenta una comunicación oficial tan compleja como el frente que consiguió la victoria electoral en octubre de 2019. Con pocos funcionarios con una estrategia discursiva potente, la única voz que pisa fuerte en medios es la de Alberto Fernández. En este interín, la estrategia presidencial dio un vuelco: de hablar entre dos y tres veces por semana en distintos medios de comunicación con diversos periodistas, a centralizar las declaraciones en actos oficiales y con dosificación de apariciones mediáticas. Ese corrimiento de la escena no parece cubierto por Santiago Cafiero, quien podría oficiar de pivote y vanguardia ante la agenda. Con Sergio Massa y Cristina Fernández de Kirchner generando espacios y juegos propios, el albertismo cuenta con pocos intérpretes y un Presidente acostumbrado al roce tras bambalinas pero que no termina de reconocer comunicacionalmente su rol actual ni de medir sus consecuencias.

En este esquema, al Gobierno le cuesta capitalizar las buenas noticias, que no son muchas (vacunas, acuerdos con acreedores y FMI), y paga muy caro en la agenda los errores (muchos de ellos, autoinfligidos). En ese marco, la postura oficial salta de la búsqueda de unión y de un vuelo por sobre la grieta a las acusaciones y enfrentamientos abiertos con buena parte del sistema mediático que representa los valores, las ideas y las posiciones de sus no votantes. En año de elecciones legislativas, asoma con mayor relevancia el sostenimiento de la base propia que permitió el triunfo de 2019 y evite fisuras internas que la construcción de nuevos consensos. Correrse del medio para construir un relato “contramediático” se afirma en la caja de herramientas políticas.
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