Hubo, en este último período, dos hechos altamente positivos para el gobierno de Alberto Fernández y para la democracia en la región. Una de ellas es la masiva movilización popular del pasado 17 de Octubre en apoyo al Gobierno, mostrando que que esta fuerza política puede -si quiere- “ganar la calle”. Un dato no menor, y poco citado por las crónicas de ese día, fue la fuerte presencia de la clase media porteña de la Ciudad y del Conurbano Bonaerense en la movilización. Otro hecho significativo fue el gran triunfo del MAS de Evo Morales en la elecciones en Bolivia, dejando atrás 11 meses de un gobierno golpista auspiciado por la OEA y los intereses norteamericanos. Sin embargo el conflicto interno, expresado entre otras cosas por la corrida del dólar, o la acción destituyente de minorías en las calles más las acciones de desgaste permanente de los medios concentrados contra todo el Gobierno Nacional continúa con ímpetu.
La derecha argentina se muestra, como en otras ocasiones, muy activa, trabajando para el desgaste del Gobierno, buscando debilitarlo y condicionarlo sobre sus futuras políticas. Está en juego el modelo de país para los años venideros. Este sector está compuesto por los grandes grupos ganadores en las últimas décadas, el círculo rojo del empresariado agro exportador, los grupos tras-nacionalizados, los medios concentrados y, detrás como empleados, el periodismo mercenario, parte del aparato judicial y los servicios de información. Además, y como siempre, la derecha en nuestro país cuenta con una fuerte presencia de la CIA y la Embajada. Esta composición muestra su poderío. La alianza Cambiemos es hoy su herramienta electoral, pero mañana puede ser otra: “No hay lealtades permanente, sino intereses permanentes”.
La minoría activa que se moviliza, es parte de una minoría social y política que siempre estuvo presente en la sociedad argentina. La novedad es que ahora ha ganado la calle detrás de una agenda marcada por los medios.
No es casual esta acción destituyente; se enmarca en una campaña muy fuerte de los intereses anglo-yankis en la región, asociados -una vez más- a la oligarquías locales. Este nuevo “Plan Condor 2” tiene como objetivo barrer todos los movimientos populares en Latinoamérica y resetear a estas naciones en el marco del neoliberalismo globalizante. Tampoco es casual que Argentina sea un foco de acción muy concreto: Este Gobierno encarna una alternativa Nacional y Popular frente al modelo hegemónico de la derecha, junto a Bolivia y México.
Asimismo, no parece coincidencia que este sea el momento donde hacen más ruido las acciones destituyentes: Luego de un comienzo muy complejo para el Gobierno (condicionado por la deuda externa y una crisis social y económica heredada), se sumó la Pandemia del COVID-19, pero aún así, se ha iniciado un programa de reformas en el modelo económico social. Podría decirse que, a pesar de ser medidas que la ciudadanía votó en Octubre de 2019 y que son un tanto tímidas y acotadas, generan reacciones cada vez más violentas en sectores de la oposición.
En este sentido, es justo reconocer que existen áreas importantes del Gobierno que no terminan de arrancar, a pesar de estar llegando al año de la gestión. Ministros y Funcionarios sin peso político ni experiencia en gestión en áreas claves que se convierten en contra pesos, así como la continuidad en la segundas líneas de funcionarios macristas, que se han convertido en verdaderas quinta columnas.
Subestimar a los grupos oligárquicos argentinos es suicida. Se trata de una minoría apátrida, saqueadora, violenta y fuertemente ignorante. Su lógica de acumulación es la especulación, la apropiación por desposesión, la utilización del Estado para sus negocios, un capitalismo de amigos y de clase. Carece de proyecto nacional. La gestión de Macri mostró claramente la incapacidad de estos sectores de generar un programa de gobierno que incluya a los cuarenta y cinco millones de argentinos. Encarnan un modelo que excluye a amplias franjas de la población, lo cual lo hace inviable económica y políticamente, bajo un sistema democrático.
Es indudable que el gobierno debe recalcular su estrategia frente a estos sectores. Hasta ahora las buenas intenciones y los gestos de buena voluntad solo se han respondido -desde el primer día- con agresiones y un claro objetivo destituyente. Está claro que esa estrategia “amistosa” no ha funcionado.
Es necesario construir mucha fortaleza política, generar nuevos liderazgos, nuevos consensos y esto solo se puede lograr articulando con las organizaciones populares (sindicatos, cámaras empresarias, organizaciones de base, sociales, clubes, agrupaciones estudiantiles, y toda expresión de la comunidad organizada). La lucha política debe ser claramente una disputa por el poder y para ello hay que abandonar ciertos infantilismos izquierdosos, y dejar de subestimar las luchas por tomar los resortes del Estado. Los movimientos populares deben ir por esta disputa, y arrebatársela a los sectores oligárquicos. Tomar el Estado para transformarlo.
Se requiere construir un Estado fuerte y organizado, que pueda llevar adelante el proceso de reindustrialización acelerada, como Estado empresario, pero también como regulador de la economía; como Estado que lleve adelante y conduzca el desarrollo económico y social. No se trata de volver al viejo Estado burocrático, sino de uno ágil, eficiente y fuerte para enfrentar y poner límites a los grandes intereses económicos. Hay que refundar el Estado bobo, neoliberal, por un nuevo Estado Desarrollador.
Hay que animarse a decir lo “políticamente incorrecto”, aquello que se calla; expresar la voz de los sectores que están fuera del sistema; aquellos que nadie quiere expresar y construir una voz colectiva desde lo Nacional y Popular, aunque este discurso espante algunos votos “progres”.
Está claro que, en la política actual, no es viable pensarla sin considerar el conflicto como inherente a la misma. En todo caso podrá discutirse como se resuelve el conflicto pero no negarlo. El neoliberalismo con su lógica de apropiación por desposesión, solo puede generar procesos de violencia para llevar adelante su saqueo y, por ende, para generar resistencia y lucha de los sectores populares. El conflicto es inherente a cualquier sociedad humana, es la esencia que da origen a lo político y a la política, pero el colonialismo y su versión actual encarnada por el neoliberalismo, lleva el conflicto al límite.
El objetivo de sociedad más justa, de igualdad e inclusión, lleva aparejada una lucha, casi nunca pacifica, por la apropiación de los excedentes que esa economía produce, en pos del bien común. Es preciso construir fuertes consensos sociales y políticos que den sustento a estas políticas de redistribución del ingreso y pongan límites a los grandes grupos económicos que se sienten dueños de esa porción de la riqueza y, que, a su vez permitan desmontar todo el “aparato legal del coloniaje”, que permite y avala legal y culturalmente, el coloniaje y el saqueo.
En Argentina, existe una larga tradición de participación ciudadana, a partir de consejos económicos sociales, donde los actores discuten y debaten las acciones gubernamentales en cuanto a salarios, precios, condiciones de trabajo, entre otras cuestiones. Resulta menester, en esta etapa, profundizar la apuesta hacia un gran consejo de la comunidad donde se puedan fijar y consensuar los grandes objetivos nacionales y planificar las acciones tácticas. Igualmente se requiere una fuerte presencia del Estado brindando premios y castigos, y como ejecutor de las acciones planificadas. A su vez hay que recuperar el rol del Estado empresario en las áreas estratégicas de la economía y en los servicios públicos.
Toda apelación a una burguesía nacional para que ate sus intereses a los de una Argentina desarrollada e inclusiva está condenada al fracaso y la frustración. El gran empresariado argentino es una burguesía fallida, saqueadora, que ha atado sus intereses con los intereses del imperio y con sus socios locales, la oligarquía. También otra falacia es apostar a “una lluvia de inversiones extrajeras”: éstas no existen y menos en el mundo pos-pandemia. Las inversiones que podrían venir tienen solo una lógica especulativa, de rápidos negocios y fuga o de financiación de actividades extractivistas de saqueo de nuestros recursos. En ambos casos, solo sirven para perpetuar la dominación, la primarización de nuestra economía y la pobreza generalizada.
La tarea es ardua y compleja, pero es ahora. Hay que ir desmontando la vieja Argentina que muere y sembrar las semillas de una nueva estructura política, social, legal y económica que dé forma y sustentabilidad a la Nación Argentina que queremos.-
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